Por Cristian Godoy
Una de las formas más fáciles de percibir la rebeldía del adolescente es la apariencia. La más usual es el estilo de marcas externas como el teñido ostensible del cabello o las rastas, los pantalones de jean deshilachados y desprolijos, los aros y todo tipo de piercings, los colores estridentes o las leyendas provocativas en las remeras.
No lo entiendo
Una actitud bastante frecuente entre los adultos es la de declararse incompetentes para entender las extravagancias y rarezas de la juventud. Es así como, a partir de la declaración –manifiesta o implícita- de que el adolescente es un ser al que le cuesta entender, un ser extraño con otros parámetros y otras problemáticas, sencillamente se renuncia a la comprensión de este.
Hay padres que no escuchan, hermanos menores que no entienden, hermanos mayores que no toleran, tíos y docentes que no comprenden.
La pregunta que se plantea de inmediato es: ¿se puede estimular a alguien a quien no se comprende? ¿Cómo encontrar una razón para tener ganas de estimularlo? ¿Cómo encontrar la forma de llegar a ese ser del que nos creemos tan distantes? ¿Por dónde empezar?
Para intentar comprender a los adolescentes, lo primero que debe hacer un adulto es tratar de aceptar que tiene frustraciones, que le ronda (y a veces lo mortifica) algún proyecto que le ha quedado en el tintero (o que tal vez no ha quedado, pero el siente que sí). Por regla general, todos los adultos tenemos frustraciones.